lunes, 7 de junio de 2010
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Trece maneras de mirar un mirlo
Entre veinte cerros nevados lo unico que se movia era el ojo de un mirlo.
Yo era de tres pareceres, como un arbol en el que hay tres mirlos.
En el viento de otoño giraba el mirlo. Tenia un papel muy breve en la anatomia.
Un hombre y una mujer son uno. Un hombre y una mujer y un mirlo son uno.
Yo no se si prefiero la belleza de las inflexiones o la belleza de las insinuaciones, si el nido silbando o despues.
El hielo cubria el ventanal de cristales barbados. La sombra del mirlo lo cruzaba de un lado a otro. La fantasia trazaba en la sombra una causa indescifrable.
Oh, delgados hombres de Haddam, ¿Porque imaginais pajaros dorados? ¿No veis como el mirlo anda entre los pies de las mujeres que os rodean?
Conozco nobles acentos e inevitables ritmos lucidos, pero tambien conozco que el mirlo anda complicado en lo que conozco.
Cuando el mirlo se perdio de vista señalo el limite de un circulo entre otros muchos.
Al ver mirlos volar en la luz verde, hasta los charlatanes de la eufonia gritarian agudamente.
Viajaba por Connecticut en un coche de cristal. Una vez le entro el miedo, por haber confundido la sombra de su equipaje con mirlos.
El rio se mueve. Estara volando el mirlo
Toda la tarde fue de noche nevada, iba a seguir nevando. El mirlo se detuvo en la rama del cedro